Arrastro las piernas bajo el calor de la bruma
que envuelve la ciudad en la distania.
El ejército de luces visto desde lejos
parece más fascinante y menos temible,
como si nunca nos pudiese alcanzar.
Sin embargo desde aquí somos parte
de otro ejército de luces.
Desde las terrazas y las azoteas
acechan francotiradores de la palabra
que cambiaron sus trincheras de visillo
por estas de cemento, cristalera y ladrillo.
El mar abierto mece la arena.
El ecosistema a preservar es de hierbas secas,
descanso para la vista entre torres de hormigón,
parque infantil en medio de la urbe
dónde los árboles no susurran silencios
y hasta donde las grandes aves no llegan.
Desierto de sal, espejo de arena.
Ciclistas sin mapamundi,
patinadoras sin cena,
calles sin voces amenas,
sin santos, sin penas,
helado de vainilla y galleta,
según dices la horchata está buena.
A mi tampoco me hace especial ilusión
un viaje a un lugar sin verbenas,
pero se detiene el tiempo cuando estás a mi lado
y eres lo único que merece la pena.
Playa y arena.
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