jueves, 30 de agosto de 2012

MÁQUINAS

                                                                    (Máquina de escribir música)

MÁQUINAS

Máquina de escribir música acuática,
notas asmáticas
y melodías pragmáticas.

Máquina de rimar versos,
unos malvados
otros perversos.

Máquina de inventar cuentos,
unos soñando,
otros despierto.

Máquina de atar cordones,
para zapatillas
y zapatos sin tacones.

Máquinas de escribir,
una al levantarse,
otra después de comer
y otra antes de dormir.

Máquina de hacer agujeros,
taladra la tierra
y sale por el otro extremo.

Máquina de hacer besos,
cóncavos y convexos.

Máquina de afeitar,
de la nuez al paladar.
 .
Máquina que detiene el tiempo,
manecillas de plomo,
rodines sin dientes
cubiertos de acero.

Máquina de susurrar
primeras palabras
al despertar.

Máquina exprimidora,
de hígados, pancreas
y nectar de mora.

Máquina de calor,
con efecto deshidratador.

Máquina de partir almendros,
prismas, cubos
y otros poliedros.

Máquina de no esperar,
ni en los semáforos
ni en países de ultramar..

Máquina de hacer lágrimas dúlces,
labios de piedra
y noches sin luces.

Máquina de vacear ceniceros,
sobre señores de smoking
y sus negros sombreros.

Máquina de hacer desiertos,
mares secos
y ríos muertos.

Máquinas de alquitranar,
(prados y bosques)
de estas no quermos más.

... máquinas
... malditos inventos
... los tiempos son lentos.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Cabárceno: parking de los tigres

Y entonces lo vi claro.

Entre inexistentes gritos de animales dormidos,
idas y venidas de vehículos
buscando aparcamiento felino,
largos minutos de espera,
selva inventada en un paraiso minero
y caminos de asfalto que partían de la senda de los elefantes,
apareció el indio sin tomahawk.

El indio,
salido de las calles de Santander,
surgió de las sombras de la tarde
montado en su Apaloosa rojo
y se nos acercó cargado de cuerdas y alambres
para darnos la libertad de retornar al sur.

El sudor que empapaba el forecejeo
bajo la puesta de sol
era absorbido por las grietas de sus manos de polvo y arena.
Firmes, aferadas a sus artilugios de metal.

Hasta que con precisión de relojero
extrajo la tarjeta de la ranura
situada bajo el botón del aire acondicionado
y como un pretidigitador
la sacó por el hueco que antes había abierto en la puerta
con un bombín de presión sanguínea.

"Sería la primera vez que se me resistiese uno"
nos dijo con las llaves del coche en la mano.