miércoles, 15 de agosto de 2012

Cabárceno: parking de los tigres

Y entonces lo vi claro.

Entre inexistentes gritos de animales dormidos,
idas y venidas de vehículos
buscando aparcamiento felino,
largos minutos de espera,
selva inventada en un paraiso minero
y caminos de asfalto que partían de la senda de los elefantes,
apareció el indio sin tomahawk.

El indio,
salido de las calles de Santander,
surgió de las sombras de la tarde
montado en su Apaloosa rojo
y se nos acercó cargado de cuerdas y alambres
para darnos la libertad de retornar al sur.

El sudor que empapaba el forecejeo
bajo la puesta de sol
era absorbido por las grietas de sus manos de polvo y arena.
Firmes, aferadas a sus artilugios de metal.

Hasta que con precisión de relojero
extrajo la tarjeta de la ranura
situada bajo el botón del aire acondicionado
y como un pretidigitador
la sacó por el hueco que antes había abierto en la puerta
con un bombín de presión sanguínea.

"Sería la primera vez que se me resistiese uno"
nos dijo con las llaves del coche en la mano.

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